viernes, 30 de septiembre de 2016

Luchando por la "victoria"

No llego ni a escuchar una sola nota. Ni siquiera me da tiempo a ver los instrumentos. Ese ritual que tanto me gusta: enfundar y desfundar esas armas cargadas de futuro.
 Llego a ver algunos cables y las sonrisas cálidas de los componentes de Moebio.

Este viernes se adelantaba el concierto del hospital Niño Jesús y yo que lo sabía, lo había olvidado completamente.
Así que llego, pero muy tarde. Me quedo a las puertas de esa sala que tan bien conozco y a las puertas de vivir un momento único como siempre son los encuentros con los chavales que viven allí un paréntesis acerado de su vida. Un anacoluto vital doloroso y cautivo. 

Desde las puertas que solo pueden ( y deben) abrirse desde dentro y que se abren, veo mucho movimiento. Muchas niñas por el pasillo, mucho ajetreo. Supongo que salen del concierto y salen removidos. La música que les recuerda,o eso queremos pensar, que lo hermoso de la vida los está esperando la otro lado de esas paredes.  Mientras recuperan el camino de vuelta nosotros queremos dejar miguitas para que no se pierdan.
Moebio ha dejado grandes migas cargadas de "Victoria".
Y con esa bandera, el camino queda mucho más señalizado. Aunque ese paréntesis está hecho de confusión, distorsión, sufrimiento y rebeldía; y en medio de esa maraña es difícil atisbar la luz. 

Me pregunto si hoy habrán podido intuirla gracias a la música de estos chicos tan sencillos como grandes y generosos. 
Me pregunto si los niños de esas salas han podido aferrarse a la "Victoria" de Moebio para impulsarse y salir de ese bache. 

No es fácil. Están ahí porque su problema es su forma de vida. Porque donde los demás ven un problema- real- que pone en riesgo su vida, ellos se instalan a vivirlo, a hacer de él- de ese problema- una forma de vida donde sentirse seguros y plenos. Son felices en su propia agresión y luchan contra lo que detestan haciéndose daño. Niños dañándose para intentar ser. Siempre me marea esta reflexión y me produce un vértigo infinito sentir en primer línea las barbaridades que genera esta vida que estamos creando.
Por eso esa sala es tan especial. Todas lo son, es verdad. Pero esa sala...

Me pregunto muchas cosas que me he perdido y que nadie podrá responderme porque la respuesta está en vivir la experiencia. 
Sé,lo sé, que siempre es impactante. La cercanía con los niños. Sus miradas huidizas, o ilusionadas o perdidas. Esos pijamas como armaduras talladas de ositos o  flores que cobijan corazones heridos.
Preguntas y muchos deseos. Todos se quedan dentro de mí.

Por eso salgo al encuentro de lo único que puedo hacer: saludar a los músicos, preguntarles qué tal la experiencia, cómo se han sentido... Me recibe, acogedor, Txema, el bajo (hoy con guitarra). Después, Jawi que se encarga de la percusión y de una mirada llena de sonrisas. Saludo a Héctor, el cantante, que me recibe con su dulce acento. Y por último, Antonio, el aparente tímido guitarra del grupo.
Les ha gustado la experiencia, quieren repetir.

Moebio, como su propio nombre indica,
quiere estar en constante movimiento. Así que intentaremos que sus ondas nos abarquen y vuelvan a llenar estos otros auditorios tan especiales y tan necesitados de las cosas buenas y simples de la vida.
Hasta entonces nos dejan su simpatía y amabilidad y, como si no fuera suficiente, estas maravillosas púas de guitarra que hablan por sí solas del trabajo bien hecho y de la pasión de Moebio. 
Muchas gracias, chicos.



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