lunes, 19 de octubre de 2015

Al otro lado

Mañana no estaré, pero ya estoy. 
Y las veo. Las imagino. El tropel de angelillos, armados de su generosidad y al galope de su corazón desbocado, entrarán de puntillas en esa sala con las batas agitadas por la respiración emocionada. No será un momento fácil encontrarse con ese muchacho hermoso y grande como un día sin estrenar. Su cuerpo inerte, sedado y luchando, se  encontrará mañana por la mañana con unos aliados a los que ya conoce pero de los que no sabe su capacidad para resistir. 
Música, susurros,
como migas de pan lanzadas al camino sólo para que Jonathan sepa volver a la vida que le espera tan plena como la dejó.


Un grupo de mujeres tejiendo la canción que cura
alrededor de un joven que quiere seguir aquí pero que ahora está lejos.Romper por unos instantes el frío sonido de las máquinas que lo mantienen con vida para llenar ese vacío metálico de armonía, esperanza y compañía. De calor. Música como una mano extendida a la que poder agarrarte, Jonathan. Para salir de esa fosa en la que estás y de la que esperamos que puedas salir, poco a poco.

El ejército de ángeles salen de esa sala, conmovidas, transformadas. Con la fuerza que da saber que un pequeño gesto puede cambiar el mundo.(Sigo imaginando)

Todas estamos haciendo fuerza para que esas mujeres, juntas , alentando a ese hombre que lucha, lleguen allí donde la ciencia no pueda y roturen esa oquedad desconocida de la sedación con ganas de vivir y con fuerza. Para que desde ese trampolín, sin saberlo, Jonathan pueda darles las gracias un día no muy lejano. Por tirar de él y por sostener a su madre.

Queremos celebrarlo. Pronto.Mañana las chicas sembrarán otra semilla contra el desconsuelo. Trepa por la canción que cura y asómate a la luz. Porque está ahí. Al otro lado.Esperándote.


miércoles, 14 de octubre de 2015

Con la miel en el corazón

Para todas las voluntarias de MeV  y en especial para su capitana que nos                                                     permite ser parte de milagros que su enorme corazón propicia.

Muchos de nuestros jóvenes van a otros países buscando un futuro. No como una experiencia enriquecedora más. Como auténtica necesidad. Llegan a un país del que no conocen mucho y tienen que adaptarse y encontrar un sitio en medio, muchas veces, de una gran soledad y frustración. 

Imaginaos, madres (y las que no lo seáis imaginaos como hermanas, amigas,tías...) con vuestro hijo al otro lado del océano, solo, buscando un trabajo. Solo. Y lo encuentra. Y se enamora. Y empieza a ser feliz. Y tú desde casa te sientes también tristemente feliz de sentirle a él pleno a miles de kilómetros de distancia. Separándose de la pobreza de la que huía y que sigue siendo el latido de tu propia vida.

Y un día recibes una llamada. Tu hijo, en otro país a miles de kilómetros, no podrá ir a trabajar porque está ingresado muy grave en un hospital de ese país a miles de kilómetros. Ayer hablaste con él, estaba bien. Feliz. Hoy entubado, en estado grave con una hemorragia cerebral que inopinadamente le ha truncado la vida.

 Imagínate, tú, madre, que enloqueces de dolor y que quieres estar en el único lugar posible ahora: al lado de tu hijo, al borde de su cama en ese hospital que está a miles de kilómetros. Tu corazón ha dejado de latir para galopar al ritmo de las máquinas que logran estabilizar a tu hijo y mantenerlo con vida. Y estás al otro lado del océano y no entiendes cómo. Cómo la desesperación no te ha hecho volar y atravesar esos miles de kilómetros arrastrada por todas las lágrimas que no te permites soltar porque no tienes tiempo. Tienes que buscar la manera de pagar un vuelo para el que no tienes dinero. Y no la encuentras. Y entonces, ya, sientes que el mundo se abre bajo tus pies y que la vida es una concatenación de injusticias que permiten que una madre esté lejos de su hijo moribundo porque no tiene dinero. Y quieres gritar y romper y aullar mientras sigues buscando la manera de estar donde debes estar y no puedes, al tiempo que las horas pasan y no sabes realmente el estado de tu hijo ni qué estará pasando ni qué irá a pasar en las próximas horas.

Imagínate, tú, madre que en medio de la rabia y la desolación recibes el billete gratis porque una compatriota a la que no conoces, ha movido cielo y tierra hasta conseguirlo. Y gracias a ella, embarcas para ese país que está a miles de kilómetros para llegar al único sitio donde tu sangre dejará de arder. Y llegas. A ese hospital de ese país que está a miles de kilómetros, después de un largo viaje y a una ciudad que no conoces y en la que no tienes a nadie, excepto el cuerpo inconsciente y grave de tu hijo. 

Vas derecha a la UCI donde él se encuentra y antes de verle a él, ensartado en catéteres, sin ninguna vida aparente, te encuentras con dos personas con bata blanca y mascarilla que le cantan, le tocan música y le arrullan para recordarle que no puede dejar de luchar ni un solo segundo. Que no está solo y que le toca aferrarse a las cosas hermosas de la vida que le acompañan en esa sala tan dura. Y esas dos personas con bata blanca, ahora ya lo sabes, tú, madre, son dos ángeles que hacen de esa vida injusta e insoportable un lugar de esperanza y calor donde todo es posible. Incluso el milagro de la curación de tu hijo que está muy grave. Y ese ángel que ha hecho posible que tú, madre, estés en el único lugar donde debes estar, depliega todo su corazón y hace una llamada a todos los ángelillos de los que ha sabido rodearse para no abandonarte. Para hacerte sentir que no estás sola y que mucha gente, una legión de ángeles, piensan en tu hijo e intentarán ayudarte y acompañarte en el viaje más amargo de tu vida.

Y algodonada por esas presencias que no conoces pero que te arropan con dulzura, se da el milagro. Y tu hijo reacciona después de la operación de cabeza que le permite liberar la presión del derrame. Y reconoce, y se mueve y lo que parecía imposible, sucede. Y el aire vuelve a entrar en tus pulmones, madre. Y vuelves a vivir. Como tu hijo. 

Imagínate, tú, madre, que con la boca llena de miel, el destino de nuevo te arrebata la vida y se lleva a tu hijo a la oscuridad de la que, milagrosamente, había salido. Y necesita otra operación, esta mucho más agresiva, para poder parar esa lesión que de tan profunda se hace inaccesible. Imagínate, tú, madre, perder de nuevo a tu hijo y saber que esta vez la recuperación será mucho más difícil y dura.

Imagínate, tú , madre, a tu hijo sedado. Con una herida en su cabeza de la que le costará mucho recuperarse. Inerte. Inerme. Atado a máquinas que le mantienen vivo. Imagínate, tú, madre, perder la conciencia del tiempo. Ver pasar horas, días, semanas, con tu hijo entre la vida y la muerte. Sin avances. A la espera de otro milagro. Imagínate el dolor, la soledad, la desesperación. Tanta que quisieras que te sedaran para dejar de sentir tanto horror por unos instantes. Para dejar de sentir la nausea que acompaña cada despertar cuando logras dormir unos minutos y vuelves a esa pesadilla que parece no tener fin. 

Pero no puedes Lorna. Debes seguir ahí. Arrullando a tu hijo. Aferrando su mano para que él pueda agarrarse a la vida. Como otro cordón umbilical. Este ahora invisible pero más férreo, más decisivo.
Y sabes que cuando no puedas más, cuando sientas que es imposible soportar más, ese ángel que te llevó en volandas a los pies de su cama estará a tu lado. Tirando de ti y de tu corazón. Porque los milagros son posibles gracias a personas como ella.


                Yo no puedo imaginar ese infierno.Y me produce tanta desazón                                                                   intentarlo que he necesitado escribir esto. En homenaje a Lorna y                                                              todas las angelillas que se han movilizado para no dejarla sola                                                                     en este momento tan dramático, donde lo más grande no                                                                                cambia nada y lo más pequeño te sostiene.